Por: Zaira Rosas
zairosas.22@gmail.com
La era de la información da también paso a la constante desinformación, lo que antaño daba pie a una espera de 24 horas para conocer la información relevante, hoy a lo mucho lleva 24 minutos en lo que algo se populariza y se expande según quien ostente el control de la narrativa. Esto aplica a todos los tópicos, desde lo político, hasta lo social e incluso llega a temas académicos.
La inmediatez y el exceso de información alcanzó a Marcela Lagarde, destacada académica, feminista y reconocida por ser de las personas más emblemáticas del feminismo en América Latina, a ella debemos que se acuñara el término feminicidio, sin embargo en su teoría también ha sido muy clara con su postura respecto a la mujer, ella no admite la inclusión diversa dentro del feminismo y en reiteradas ocasiones ha señalado al movimiento LGBTIQ+ como un caballo de Troya que busca eliminar a las mujeres.
Este tipo de declaraciones y posturas son las que han hecho que en días pasados mientras la académica daba una conferencia en la Universidad Complutense de Madrid, un grupo de personas coreara “Fuera Lagarde de la Universidad” entre otras palabras pidiendo la expulsión de la ponente por su postura TERF (Feminista Radical Transexcluyente), a la par de este suceso personas como la periodista Lydia Cacho y la Saxofonista Elena Ríos, criticaron las acciones de los grupos contra Marcela, sin embargo tiempo después la saxofonista emitió un comunicado disculpándose con la comunidad trans y reiterando en igual forma su derecho de protesta y expresión.
Cada vez es más común la oposición de ideologías, porque seguimos en proceso de aprendizaje, estamos deconstruyendo décadas de opresión patriarcal, pero también luchando contra un mismo punto: la falta de equidad y espacios en común donde los derechos deberían ser válidos más allá de un género, de ahí la necesidad urgente de aprender nuevos conceptos, de implementar nuevos términos porque si bien desde la academia hablamos de la necesidad de nombrarnos como mujeres, también es una realidad que hemos de nombrarnos desde distintos puntos como personas.
Aún falta la dispersión de mucho conocimiento respecto a la identidad de género, estamos tratando de comprender como humanidad que nos equivocamos al hacer clasificaciones como si se tratase de una enfermedad, estamos luchando desde algunos puntos para que dejemos de creer que se trata de una necesidad de conversión o una desviación, de ahí la intensidad con la que en igual reclamo de justicia se manifiesten distintos grupos buscando defender sus posturas.
No obstante, más allá de radicalismos o la necesidad de diversidades, en esta era de activismo donde toda persona tiene acceso a múltiples fuentes de información si algo deberíamos dejar de replicar es la violencia contra quienes tienen una opinión diferente y es que hay una línea que constantemente se adelgaza entre las libertades y los ataques, entre la exigencia y la represión y es ahí donde todas, todos y todes tenemos un gran camino pendiente. Encontrar el punto de cuáles son las formas para escucharnos sin oprimir al otro.
Para ello no basta la teoría, tampoco nos ha sido suficiente el lenguaje y es donde hemos de dar paso a nuevas generaciones a quienes con mayor naturalidad pueden cuestionarlo todo pero también asimilan sin mayor atisbo múltiples conceptos, son las nuevas generaciones quienes nos muestran la importancia de los múltiples colores y quienes también tienen la tarea de aprender sobre legitimidad, que la expresión tiene un límite cuando atenta contra la integridad porque de lo contraria terminamos desvirtuando las causas que tanto nombramos como justas.
Hay una larga lista pendiente que quizás comienza con el entendimiento, pero sin duda mucho antes con la necesidad de cuestionarlo todo para después responder con el sentido de para qué, para que no exijamos justicia, para que nos aceptemos, para existir en libertad, vivir en armonía y sobre todo a vivir sin miedo de ser quienes somos.